"Cuando se hace la historia de un animal, es inútil e imposible tratar de elegir entre el oficio del naturalista y el del compilador: es necesario recoger en una única forma del saber todo lo que ha sido visto y oído, todo lo que ha sido relatado por la naturaleza o por los hombres, por el lenguaje del mundo, de las tradiciones o de los poetas".

Michel Foucault-Las palabras y las cosas


sábado, 31 de diciembre de 2011

¿LOS RENOS DE PAPÁ NOEL EN LAS MALVINAS?

Renos en el Atlántico Sur

“Todos juntos, en otro sitio, vastos
Rebaños de renos caminan a través
De millas y millas de dorados crisantemos,
Silenciosa y muy rápidamente”.

Wystan Hugh Auden – La caída de Roma




En tres ocasiones, en 1911, 1912 y 1925 pequeños grupos de renos  (Rangifer tarandus) provenientes de Noruega fueron introducidos en las islas Georgias del Sur por balleneros de ese país con el objeto de practicar la caza deportiva y de proveer carne. Los tres rebaños corrieron distinta suerte y hacia 1976 el mayor de ellos contaba ya con 1900 animales.  Desde las Georgias los renos fueron introducidos en 1948 en Tierra del Fuego. En 1971 otro intento de introducción en la isla Navarino, Chile, fracasó al morir durante el viaje casi todos los animales.



Jardine, WJ - The Naturalist's library vol XXI-1833-1846.


En 2001 se concretó una proyecto del gobierno de las islas Malvinas que era la traslocación de renos desde Georgias a dichas islas con el objeto de conservar el acervo genético ante la decisión de erradicar las poblaciones de estas islas.  Por otro lado se trataba de iniciar una producción de carne para exportar, que permitiera diversificar las actividades agropecuarias en Malvinas,  reduciendo la preponderancia casi monopólica de la carne y lana de oveja.
De  98 terneros registrados en los rodeos, un total de 26 hembras y 33 machos  de aproximadamente  10 a 12 semanas de edad, fueron transportados a bordo del Sigma, un buque patrullero de pesquerías, en un largo viaje de 1400 km hasta las islas Malvinas. Allí fueron alojados en una estación experimental del gobierno, ubicada en  Goose Green (Malvina Oriental). El costo total de la operación insumió  £165.000. Con el agregado de dos nuevas translocaciones en  2002 y 2003, se formó un plantel incial de 120 hembras y 20 machos que fue puesto en cría en 2003. Quince hembras produjeron 11 terneros bajo un régimen de pastoreo extensivo, con una carga de 60 animales en 600 hectareas, con la cual aparentemente el pastizal de pasto tussock (Parodiochloa flabellata)  parecía no sufrir inconvenientes. Se sabía que en las Georgias el sobrepastoreo llevaba a la disminución de la capacidad de carga invernal,  lo que actúaba como regulación del número de renos.


Audubon, J.J. y J. Bachman - The Quadrupeds of North America-1854





Los renos fueron  privatizados en 2004 cuando el rebaño, incluyendo 12 machos castrados, fue llevado a las Malvinas Occidentales, a pequeñas islas como Beaver y Albemarle. La condición de los animales se empobreció con este traslado y algunos murieron sin que se conociera la causa principal, aunque pudo haber influido el parasitismo  y lo inadecuado del lugar. En 2006 el rebaño fue nuevamente relocalizado en las Mavinas Occidentales, tras lo cual el estado de los animales mejoró y la cría pudo continuar. 


Brehm, A.E.- Life of animals- Chicago-Marquis-1895




El programa establece que los productores participantes pueden tener un hato de hembras el cual pueden vender si lo desean. Un rebaño típico consta de 5 machos adultos, 20 hembras y 15 terneros.  El productor es responsable por el manejo de los animales mientras que el Departamento de Agricultura provee los gastos de sanidad. 
Los renos no se dispersaron y tampoco se registraron impactos ecológicos, aunque hay preocupación  sobre el posible daño ocasionado por el sobrepastoreo. Se sabe que los renos consumen el pasto tussock,  la hierba Acaena magellanica y líquenes nativos llegando a reducirlos o eliminarlos localmente.  Por otro lado facilitan la propagación  de especies exóticas como Poa annua. A raiz de ello los expertos han recomendado restringir las introducciones hasta que se conozcan mejor los efectos ecológicos. 


Duncan, P.M. - Cassell's natural history. London - 1896



Agradezco a Gabriel Rodríguez por inspirar esta historia y recuperar este material.


Alex Mouchard









sábado, 24 de diciembre de 2011

EL ESPUMOSO CHAJÁ – Chauna torquata


Me encontraba como digo,
en aquella soledá,
entre tanta escuridá,
echando al viento mis quejas,
cuando el grito del chajá
me hizo parar las orejas.

José Hernández – El gaucho Martin Fierro

        La descripción científica del chajá la realizó Lorenz Oken en 1816 basado en el "Chajá" de Azara. Éste indicaba que el nombre es onomatopéyico pues lo “canta muy alta, agria y claramente con bastante frecuencia, no solo de día, sino también de noche si oye ruido, diciendo un sexo Chajá y el otro Chajalí, por lo común alternando”.  Relató con precisión que había visto “algunos criados en las casas campestres, tan mansos como las gallinas, y me aseguraron que comían pedacillos de carne cruda; pero yo les vi picar y comer hierbas ... Sus armas y adornos [se refiere a su diadema o copete y a los espolones del ala], unidos a su porte desdeñoso, y a su corpulencia y altísima y formidable voz, aparentan un poderoso y magnífico guerrero”. Sin embargo según Hudson: “A pesar de las formidable armas que posee ... son de temperamento muy pacífico. Nunca pude detectar ni el menor asomo de pelea entre ellos; pero es difícil creer que no peleen alguna vez, ya que las armas ofensivas a menudo se correlacionan con una disposición para usarlas. Sin embargo, cuando cautivos, se los puede inducir a pelear; y he sabido que los gauchos son aficionados a presenciar sus combates”.


        Vieillot  copió la descripción de Azara pero además agregó las observaciones del viajero, médico y naturalista holandés Nikolaus Joseph von Jacquin que recorrió la zona caribeña de Sudamérica a mediados del siglo XVIII y que conoció a una especie muy próxima, el chicagüire (Chauna chavarria). “Si se lo tiene en cautiverio, se familiariza con el hombre, y, investido por así decirlo de su confianza, se transforma en un animal doméstico fiel, activo e inteligente, un guardián vigilante e incorruptible”. Parecería ser, entonces, que el chajá fuera una versión criolla de los gansos del Capitolio. Al respecto dice Venturi que en el Chaco es el centinela avanzado de las tolderías de los indios; pero también según el poeta Hilario Ascasubi, en Santos Vega, “cuando los indios avanzan/son los chajáes que lanzan/volando ¡Chajá! ¡Chajá!”, avisando a los criollos del inminente malón.





El chicagüire
Temminck – Nouv. Rec. Pl. Col. 37:219, 1823.


        En el gallinero, el chajá, es un amigo y protector de las gallinas y pollitos, permaneciendo en medio de ellos, cuida de que no se pierdan, los sigue en sus recorridos y los conduce de noche al corral. Y si algún ave de presa osa aparecer por allí se lanza hacia ella dándoles rudos golpes con sus alas abiertas y poniéndola en fuga. Por esta virtud es que John Latham le puso el nombre de "Faithful Jacana”, o sea “Jacana Fiel”, siguiendo el error de Linneo que la creía emparentada con las jacanas y la ubicó en el mismo género que estas (Parra).


        Durnford que los conoció en Baradero, provincia de Buenos Aires, relataba cómo a pesar de que es un ave que aparenta ser robusta y poco grácil a menudo se eleva en el cielo hasta parecer sólo un punto, y pudo ver a menudo 2 o 3 chajás volando en círculos como águilas durante media hora. Afirma que puede hacer esto gracias a la considerable cantidad de aire retenido en pequeñas celdas debajo de la piel especialmente en el pecho y vientre (“mucho viento entre cuero y carne” – dice Azara). Justamente el nombre genérico Chauna viene del griego “khauné” que significa “esponjosa”.

        “¡Que chiquitos dende arriba/ nos debe ver el chajá!” decía el poeta Julio Migno en Yerbagüena. Ernesto Gibson recuerda la siguiente anécdota: Encontrándose en la Exposición Rural de Buenos Aires con dos amigos, uno de ellos identificó como chajáes a unas aves que volaban muy alto. Ante lo cual el otro amigo retrucó bromeando que seguramente había estado bebiendo mucho, festejando los premios obtenidos por sus animales en la feria ganadera, ya que confundía unas pequeñas golondrinas con chajáes. Apenas dicho esto se escucharon los inconfundibles gritos del chajá. Requerido Gibson para dar una explicación sobre la presencia de esas aves en una ciudad tan populosa, éste recordó que en el zoológico, ubicado frente a la Sociedad Rural, solía haber chajáes en libertad, pero nunca se imaginó que pudieran llegar a volar tan alto y regresar sin perderse. Esta conducta del chajá de elevarse en el cielo originó una serie de mitos entre los qom y wichis donde algún personaje se pega plumas de chajá con cera sobre los brazos y logra volar tan alto que el calor del sol despega las plumas  derrite la cera y terminan cayendo a tierra como un Ícaro sudamericano.

       El mismo Gibson conocía muy bien estas aves de su estancia en el Cabo San Antonio y así describió su canto “Antes de emitirlo, si está en el suelo, el ave echa hacia atrás ligeramente su cabeza y cuello; y en ese momento si uno está lo suficientemente cerca, puede apenas oír la inhalación de aire entrando en el pecho. La voz es de gran fuerza y volumen y se la puede oír desde un par de millas de distancia, si el día esta calmo”. Según Sánchez Labrador “su voz [es] alta y penetrante, como el de una trompeta de poca o ninguna armonía”, pero para otros como Hudson, extasiado por esa vocación cenital del ave, sonaba como una trompeta celestial.


        El ornitólogo norteamericano Alexander Wetmore nos cuenta que: “Las fuertes voces a menudo van seguidas de un curioso sonido retumbante audible solo a corta distancia que recuerda al producido al frotar y comprimir una vejiga seca e inflada. Es un sonido completamente interno al parecer producido por el aire pasando desde los sacos aéreos a las celdas subcutáneas”. Y además advierte: “Uno debe estar en guardia contra los formidables espolones alares cuando se captura un chajá herido. En una de esas ocasiones, cuando me inclinaba a levantar uno de ellos, un golpe dirigido a mi cara por poco no fue certero; el espolón pegó en el cuello de mi saco y casi me arroja de la montura”.


        Como ya lo había experimentado Carl von Martius, el chajá sirve de reloj biológico. En su casa de la isla del rio Camaquan, en Río Grande do Sul, refiere Rudolf von Ihering, la voz del tahá, como le dicen allí, les marcaba las horas de levantarse y acostarse. Al decir de los gauchos, según Hudson, el chajá cuenta las horas: su primer canto es cerca de las 21 h el segundo a  medianoche y el tercero antes del amanecer.


        Barrows, desde Concepción del Uruguay, aporta algún dato gastronómico: “Su carne es apenas inferior a la del pavo”. Pero como aclara Gibson, es poco consumida porque para los gauchos “tiene mucha espuma” refiriéndose a las celdillas de aire. El dicho campero es bien claro, aplicándose a aquellos que se enojan fácilmente pero no llegan a concretar sus amenazas: “Pura espuma como el chajá”. Volviendo a su valor gastronómico, recordamos la referencia que nos hizo un paisano de Sevigné, cerca de Dolores, zona donde se comía la pechuga de chajá, empanada como milanesa. También para Sánchez Labrador la carne era bastante buena si se la dejaba “manir”, es decir, adobar algunas horas.


        Varias leyendas de origen guaraní se refieren a la “peculiaridad enfisematosa” – al decir de Hudson - del chajá. En varias versiones hay una pareja de mujeres lavando ropa en el río y se acerca a pedirles agua algún ser divino de incógnito, ya sea Tupá (el dios supremo guaraní), la virgen María o Jesús. Las mujeres le dan agua con jabón y en castigo son transformadas en aves con espuma que se espantan gritando ¡Yahá! (“¡vamos!”).


        Goeldi registró el nombre que le daban en Cuyabá:   “Anhu[ma] pocca”. Von Martius ya había registrado el nombre de “poca” que con su significado de ruido súbito o explosión parece referirse a su canto en el medio de la quietud de la noche ("A intervalos nos aturdían con sus ruidosas explosiones" - dice D'Orbigny) . Sánchez Labrador lo denominó “yaa”, para los aimara es “kamichi”, “trohoki” en mapudungun, “taká” o “takac” en mocoví, “tahak” en qom, y “tapacaré” es el nombre que le dan en el pantanal boliviano.



Vieillot, L. P. – 1834 – La Galérie des Oiseaux - Paris


        Hudson, excelente observador de nuestra fauna pampeana, dedicó al chajá nutridas páginas en El naturalista en el Plata y en Argentine Ornithology: “Después que los antiguos pastos gigantes de las pampas hubieran sido consumidos por el ganado,  y una vez que los dulces pastos europeos tomaron su lugar, los chajás se adaptaron de buen grado al nuevo alimento, prefiriendo los tréboles, y parecían tan terrestres en sus hábitos alimenticios como los cauquenes. Su alimento era abundante, y nunca fueron perseguidos por los nativos. Su carne es muy oscura, de fibras gruesas pero buena para comer, con un sabor que semeja al del pato silvestre, y hay una gran cantidad de carne en un ave con un cuerpo más grande que el de un cisne”.


        Aseguraba este autor que los chajáes se guardan fidelidad sexual y que la pareja permanece siempre unida, aún en medio de una gran bandada. Es difícil saber cómo pudo determinar esto, a menos que haya marcado las aves o las haya reconocido por alguna seña particular. Sin embargo los relatos populares también destacan esta fidelidad conyugal que según Carlos Villafuerte es de tal grado que “cuando uno muere, el otro no tarda en seguirlo”. En una leyenda guaraní la bella Taca y su prometido logran matar a un yaguareté que asolaba la aldea. En tal empresa son a su vez heridos y muertos por la fiera pero, transformados en aves, sobrevuelan su aldea vigilantes y protectoras. En otra leyenda, la de Curundú y Yací, el primero es condenado a muerte por no querer casarse con la hija del cacique, y es atado a un algarrobo para ser comido por los urubúes o  jotes. Yací su amada elige morir con él, por lo cual Curupí, el dios protector de los enamorados, los transforma en chajáes.

Alex Mouchard


 

 

“Queda callada la pampa

cuando se ausenta la luz.

El chajá y el avestruz

van buscando la espesura,

y se agranda en la llanura

la soledad del ombú.”

 

 

Atahualpa Yupanqui - El Payador Perseguido

 






-Azara, F. de-(1802)- Apuntamientos para la Historia Natural de los Páxaros del Paraguay y del Río de la Plata. Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología. 1992.
-Barrows,  W. B. – 1883 – Birds of the Lower Uruguay – Bulletin of the Nuttall Ornithological Club – v.8 - Cambridge
-Contreras, A. O. –S/f –Rescatando las aves del paisaje guaraní – Asociación Hombre y Naturaleza – Paraguay.
-Durnford, H – 1877- Notes on the Birds of the Province of Buenos Aires. Ibis. London.
-Gibson, E -1920-Furthe Ornithological Notes from the Neighbourhood of Cape San Antonio, Province of Buenos Aires-Ibis. London.
-Goeldi, E. A.-1894-Aves do Brasil.
-Hudson, G. E. – 1984 – Un Naturalista en el Plata  - Libros de Hispanoamérica.
-Ihering, H. von –1898- As aves do estado de S. Paulo. Revista do Museu Paulista, vol. III
-Sanchez Labrador, Jose –(1767)- Peces y aves del Paraguay Natural Ilustrado.  Fabril Editora, Bs As, 1968
-Vieillot, L. P. – 1834 – La Galérie des Oiseaux - Paris
-Villafañe, Javier –1993-  Historias de Pájaros- Emecé Editores.
-Wetmore, A. – 1926 – Observations on the Birds of Argentina, Paraguay, Uruguay,  and Chile –Bulletin 133 – Smithsonian Institution – Washington.

domingo, 11 de diciembre de 2011

A LA BUSQUEDA DEL CHURURU O PARINA CHICA Phoenicoparrus jamesi



“Rojas están las aguas, están como teñidas y cuando las bebimos, fue como si hubiéramos bebido agua de salitre”
Poesía boliviana precolombina.

     Philip Lutley Sclater, coautor junto con nuestro querido William Henry Hudson de Argentine Ornithology,  describía en 1886 una nueva especie de un raro flamenco que le había sido enviado desde Chile por Harry Berkley James.


Sclater, Ph. L. – 1886 – Proceedings of the Zoological Society of London, p.399


    En 1884 el tal James había encargado a Carl Rahmer, colector, preparador y subdirector del Museo Nacional de  Santiago de Chile que le consiguiera una colección de aves  de   la Cordillera de Tarapacá, antigua provincia peruana, retenida por Chile tras la Guerra del Pacífico.  Rahmer que ya había recorrido Antofagasta y Tarapacá en 1884,  realizó un nuevo viaje en enero y febrero de 1886 durante el cual obtuvo 150 especímenes de aves de un total de 53 especies, incluído el nuevo flamenco.

     La zona se encuentra al norte del desierto de Atacama y el ave fue capturada cerca de Sitani, a una altura de 3.600 m, al pie del volcán Isluga.  El paraje es de imponente belleza, dominado por el cono nevado del volcán que alcanza los 5530 m, un paisaje de gran desolación por lo riguroso del clima y  la escasa vegetación típica de la puna, hierbas y pastos en cojines o matas, con muy escasa cobertura. Hoy en día forma el Parque Nacional Volcán Isluga.  Este lugar fue un importante centro ceremonial aymara, pero hoy en día Isluga es apenas un caserío despoblado, donde sólo habita el custodio de la iglesia que data del siglo XVII. La comunidades  aymara de la región se remontan a 6.000 años atrás. En las cercanías hay importantes sitios arqueológicos como el Pukara de Isluga, el cementerio de Usamaya, las ciudades de Chok y Qolloy, y las Chullpas de Sitani, donde hay rastros de influencia inca.

     Rahmer relata que encontró una bandadita de unas 30 parinas chicas  en una lagunita de poca profundidad (esta especie por su menor tamaño no se adentra tanto en aguas profundas como los otros flamencos). Refiere que eran muy desconfiadas y por lo tanto difíciles de cazar y que se alimentaban de algas filamentosas. Los indígenas las denominaban “pariguana etite”, diferenciándolas de la parina grande o “pariguana chololo”. En una carta donde anunciaba su hallazgo a Sclater, Rahmer proponía el nombre de jamesi para esta especie, con lo cual Sclater estuvo de acuerdo, y la denominó Phoenicoparrus jamesi.  Homenajeaban así al mencionado Harry Berkley James (1846-1892),  un clérigo inglés que se había radicado de joven en  Valparaíso, Chile,  progresando luego rápidamente hasta llegar a ser gerente  de una gran mina de nitrato en Iquique. Desde entonces había dedicado  su  riqueza y tiempo libre a coleccionar aves  y  huevos, reuniendo  por  sí mismo una considerable cantidad  de  ejemplares  y comprando otros  a Friedrich Leybold,  al mismo Rahmer y a otros naturalistas  chilenos.  Era tal su entusiasmo con las ciencias naturales que a pesar de que en 1877 un terremoto destruyó su casa, al año siguiente ya estaba viajando en mula por Chanchamayo, colectando mariposas. James publicó un catálogo actualizado  de aves  chilenas, New List of Chilian Birds,  usando los  nombres comunes recogidos en el país  y la nomenclatura científica de Sclater.   Ya radicado nuevamente en Inglaterra, James donó al Museo  Británico  su colección  de  1382 pieles y 678 huevos, incluyendo  el tipo del chorlito puneño Charadrius alticola y el ya mencionado de la parina chica.


Peña, L. E.-1961-  Postilla Nº 49 – Peabody Museum of Natural History


     Curiosamente un ejemplar de este flamenco ya había sido obtenido alrededor de 1850 por William Bollaert en la laguna de Parinacota ( del aymara “parinaquta” = laguna de parinas), al sudoeste del volcán Isluga. Sin embargo, enviado al Museo Británico se lo consideró como perteneciente a la especie Phoenicoparrus andinus, es decir la parina grande.

     Bollaert era un pintoresco personaje inglés, químico, geógrafo y etnólogo que a los 18 años se desempeñaba como técnico en las minas de plata de Tarapacá, siendo el primer europeo en cruzar el peligroso desierto de Atacama. A través de su amigo George Smith dio informes sobre Tarapacá al mismísimo Darwin cuando pernoctó en la salitrera La Noria, cerca de Iquique, durante su viaje alrededor del mundo. Tras diversas aventuras, Bollaert,  regresó a Peru y Chile en 1854, ocasión en la que obtuvo la pieza que comentamos.

     En Argentina los primeros ejemplares de parina chica fueron conseguidos en 1907 en Abrapampa, Jujuy, por la expedición dirigida por los etnógrafos franceses Henri Georges de Créqui-Montfort y Sénéchal de la Grange.

     La parina chica fue un ave elusiva para los naturalistas debido a su escasez y a lo dilatado de las regiones donde habita. En 1940 se realizó una expedición a Tarapacá, región que desde 1889 no había sido visitada por ornitólogos; estaba integrada por Alfredo W. Johnson, Jack D. Goodall y R. A. Philippi quienes no pudieron encontrar a esta especie. Tampoco pudieron hallarla en 1943 los mismos viajeros en el Departamento de Arica.  En 1957 el Dr. Francisco Behn, junto con su esposa Eika Theune,  AlfredoW. Johnson,  Bryan Johnson y Guillermo Millie viajaron al desierto de Atacama para tratar de encontrar a este flamenco, que se consideraba prácticamente extinguido.

     Como confiesa el propio Behn, se introdujeron sin autorización territorio Boliviano,  es decir clandestinamente, para visitar la laguna Colorada donde tenían noticias de la nidificación de los flamencos. En medio de una zona sumamente desértica se encuentra esta espectacular laguna de aguas color rojo herrumbre, con una superficie de  54 km² , pero una profundidad de sólo 35 cm. Hoy en día está protegida por la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Abaroa, en el departamento de Potosí. Allí los viajeros pudieron ver a la parina chica criando en pequeño número en medio de grandes bandadas de las otras dos especies. Cazaron una hembra y obtuvieron huevos de varias nidadas. Su población la estimaron en un 6 a 8% de un total de 3000 individuos de las tres especies. También las hallaron en el salar de Ascotán y en el de Surire.

     La colonia de la laguna Colorada, a la que llegaron con la guía de un indio aymara, se encontraba en una isla de sal bórax en medio del agua libre, a unos 2 km de la costa. Los nidos de las tres especies estaban entremezclados y era imposible deducir por sus características a que especie pertenecía cada uno. El guía llamaba “tococo” a la parina grande, “guaichete” al flamenco austral y “chururo” a la parina chica. Una cuarta especie, llamada “jetete”, resultó al parecer juveniles de la parina grande. También las distinguían con los nombres de parina de canillas amarillas (grande),  de canillas oscuras (flamenco austral) y de canillas rojas (chica).




Rahmer, C. – 1887 – Journal für Ornithologie, 35:160


     
     Behn comprobó que las parinas se alimentaban de diatomeas y posiblemente de crustáceos no mayores de 0.5 cm de diámetro, ya que el ave no puede abrir el pico más que esa distancia. Respecto del color del plumaje de los flamencos y de las aguas de la misma laguna, lo supuso debido a los pigmentos (ficoeritrinas) presentes en las algas cianofíceas del género Aphanocapsa que habitan sus aguas, y que serian responsables también de la coloración pronunciada de la grasa  y de la yema del huevo.


     Un dato interesante es que en esta zona hay lagunas y salares con aguas termales a 22ºC que permiten la sobrevida de estas aves en invierno, cuando la mayor parte de las aguas libres se congelan. Behn observó la importancia de la cosecha de huevos realizada por los lugareños, la que alcanzaba entre 800 y 1000 huevos de flamenco en un solo día. Los indígenas recolectaban los huevos y colocándolos sobre cueros los arrastraban hasta  la orilla fangosa de la laguna,  donde los embalaban en cajones con pasto seco, y así a  lomo de burro los llevaban a vender a los pueblos cercanos. Durante los meses  de diciembre a febrero, cada 10-15 dias, hacían una recolección de huevos  en la colonia. Obligadas por esta destrucción de sus nidadas, las parinas hacían hasta tres posturas por temporada.  Pero debido a la escasez de población humana, supone Behn que esta actividad extractiva no representaba peligro para la supervivencia de estas poblaciones de flamencos, constituyendo estos huevos un importante ítem alimenticio para los habitantes de aquellas desoladas regiones.

     En el mismo año que la expedición de Behn,  Luis Peña comisionado por el Peabody Museum of Natural History de la Universidad de Yale, recorrió Antofagasta  y en la misma laguna Colorada capturó un macho adulto de parina chica, que se encontraba con un un grupo de unos 20 ejemplares,  incluyendo varios pichones volantones. Los adultos eran extremadamente desconfiados pero los pichones caminaban por ahí tranquilamente acercándose hasta 10 m de los expedicionarios.
Peña señala que los habitantes de la región la llaman “chururu” y que quizás no sea un ave tan rara sino subobservada,  ya que su gran desconfianza hace que se aleje con rapidez aunque los observadores estén lejos. Dice que su llamada habitual suena como “chu-ru-ru-ru-ru-ru” y da origen a su nombre común. Los juveniles parecen decir “huaj-cha-tata” y son considerados por los nativos como otra especie. Peña observó que estas aves vagabundean entre las innumerables lagunas y salitrales del altiplano como la laguna Colorada y las de Pujsa y Loyoquis, donde los obervó invernando y anidando en grandes cantidades sin poder establecer cantidades exactas para cada una de las tres especies. Sin embargo, en una visita hecha a la Laguna Colorada al año siguiente, con el ornitólogo norteamericano Roger Tory Peterson, pudieron contar no menos de 7000 ejemplares de parina chica. Peña llegó a la conclusión de que la parina chica es la especie con mayor capacidad para anidar en las regiones de mayor altura, a menudo sobre los 4000 m, descendiendo a veces en invierno a humedales y lagos entre 2300 y 3500 m.



Sclater, Ph. L. – 1886 – Proceedings of the Zoological Society of London, p.399


     Es obvio que siendo las parinas aves tan vistosas y tan necesarias para los pobladores del Altiplano en cuanto proveedoras de proteínas (huevos) habrían de encontrar un lugar en el folklore de esos pueblos.
Carolina Villagrán y Victoria Castro en Ciencia Indígena de los Andes del norte de Chile  señalan el uso de las plumas de parina mezcladas con paja sikuya y con las hojas del arbusto kipa (Fabiana ramulosa) para quemar en sahumerios en la ceremonia de difuntos para el separamiento de almas. Por su parte Virginia Vidal en Gotas de tinta y palabreos cuenta que en el sector Soncor del Salar de Atacama viven las parinas en la laguna de Chaxas a donde regresan al atardecer. Allí  “gloriosos soldados ejercitaron su puntería asesinando a estas aves de garbo supremo que necesitan el salar y la soledad para sobrevivir”.

     Hay también un tema de música andina instrumental llamado "Parina" interpretado por el grupo Queñuani del norte de Chile.


Alex Mouchard


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REFERENCIAS

Behn, F., A.W. Johnson y G. R. Millie – 1957 - Expedición ornitológica a las cordilleras del norte de Chile – Boletín de la Sociedad de Biología de Concepción, 32:95. 
Peña, L. E.-1961- Explorations in the Antofagasta Range, with observations on the fauna and flora. Postilla Nº 49 – Peabody Museum of Natural History.
Peña, L. E.- 1962 – Notes on South American Flamingos - Postilla Nº 69 – Peabody Museum of Natural History.
Rahmer, C. – 1886 – Anales de la Universidad de Chile, 69 (1):753
Rahmer, C. – 1887 – Journal für Ornithologie, 35:160
Sclater, Ph. L. – 1886 – Proceedings of the Zoological Society of London, p.399


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